De acuerdo con los investigadores, la mayoría de los peces de la Amazonía se mueven río abajo, de los Andes a la Amazonía. El problema es que las represas –que en su mayoría están en los Andes– alteran el flujo del río e impiden el paso de peces y de sedimentos vitales para la biodiversidad amazónica. Michael Goulding
La conectividad de los ríos entre los Andes y el Amazonas se está perdiendo. 142 represas hidroeléctricas ponen en riesgo a las más de 600 especies de peces.

Que la conexión entre los Andes y la Amazonía se está perdiendo no es nada nuevo bajo el sol. El IDEAM, Parques Nacionales, el Instituto Sinchi y otras autoridades científicas y ambientales han advertido hasta el cansancio que la deforestación –que en 2016 alcanzó las 178.597 hectáreas, el 60.2% en la Amazonía colombiana– está rompiendo la conexión natural que hay entre estas dos regiones. Sin embargo, la queja de ictiólogos, autoridades del agua y otros científicos es que la pérdida de la conexión natural que hay entre los ríos andinos y amazónicos está siendo subestimada, tanto por algunas instituciones científicas como por los gobiernos.

Con eso en mente, en junio de 2015, 13 investigadores de la Universidad Javeriana, de la Universidad Central de Quito, la Universidad Mayor San Marcos, de Perú, la Wildlife Conservation Society, del Instituto de Agua y Ambiente de Florida (Estados Unidos) y otras instituciones de investigación en ictiología y recursos acuáticos se dieron a una tarea: determinar el efecto de los proyectos de represas hidroeléctricas construidos –y por construir– en los peces de la Cuenca Amazónica que migran desde los Andes.

Durante dos años, revisaron documentos de planificación y bases de datos de las autoridades ambientales y energéticas de  los países andino-amazónicos –es decir, que mantienen la conexión entre estas dos regiones naturales– y las cruzaron con las listas más completa de peces de agua dulce. Luego, recabaron los datos de todas las hidroeléctricas que están construidas o por construirse y las ubicaron en uno de los mapas hidrológicos de HydroSheds. Esta investigación de “minería de datos”, publicada esta semana en la revista Science Advances, reveló lo que los investigadores temían y que estudios previos subestimaban: las hidroeléctricas están fragmentando la conectividad entre los Andes y la Amazonía.

Lo primero que encontraron es que los datos estaban desactualizados. El número de represas en operación es casi dos veces más alto del que se reportaba anteriormente para la Amazonía Andina. En total, 142 represas hidroeléctricas ya están construidas o en construcción, y 160 están siendo propuestas. Estas represas drenarán las cabeceras andinas del Amazonas, a lo largo de ocho cuencas: Caquetá, Putumayo (Colombia), Ucayali, Marañón (Perú) y Madeira (Brasil).

Lo segundo, que los efectos de las hidroeléctricas sobre los ríos han sido vastamente subestimados. “Evaluaciones anteriores han ayudado a documentar las tendencias generales, pero a menudo ocultan la naturaleza jerárquica de las redes fluviales, tratan a la cuenca del Amazonas como una sola unidad y no consideran las consecuencias de las pérdidas en la conectividad entre los Andes y la Amazonía”, se lee en el estudio.

El asunto es que subestimar el problema implica que las licencias ambientales para las represas son “estándar”, cuando deberían ser específicas para cada cuenca, pues el impacto ambiental depende de las características del río: si lleva sedimentos, si está cerca de asentamientos humanos, etc.

Tercero, las represas amenazan gravemente a los peces de agua dulce de la Amazonía. Los ríos que se originan en los Andes (como el río Putumayo y Caquetá) controlan los sedimentos, el flujo del agua y el cultivo de alimentos río abajo. Puntualmente, contribuyen a casi la mitad del flujo anual sobre el río Amazonas y exportan masivas cantidades de sedimentos, materia orgánica y nutrientes hacia la Amazonía, que son tierras más bajas. Por la misma razón, de estos procesos depende el hábitat para muchas especies cuya diversidad alcanza un pico en el Amazonas, con 3.500 especies registradas de las 5.000 que se conocen en el mundo.

Según el último reporte –que los investigadores tomaron de la base de datos Amazon Fish– en las cabeceras andinas del Amazonas habitan 671 especies de peces. La mayoría de ellos migran miles de kilómetros entre las tierras bajas y los Andes, como el Trichomycterus barbouri, o “chipi chipi”, una especie de bagre muy pequeño que recorre distancias de casi 300 kilómetros en la amazonía boliviana. Peces como la dorada, que también migra, proveen la proteína de la que dependen 30 millones de personas que habitan en la cuenca del Amazonas.

El problema es que la mayoría de las hidroeléctricas se encuentran en el piedemonte amazónico, fragmentando esta conexión natural y este viaje hacia la Amazonía. Esta situación ya ocurrió en el Río Madeira, en Brasil, donde las presas Santo Antonio y Jirau, justo arriba de los ríos Madre de Dios, Beni y Mamoré, por lo que el flujo natural de estas tres cuencas está interrumpido.

Las represas controlan el paso del agua de acuerdo con la demanda eléctrica, se alteran los flujos del río, que no corresponden con las estaciones ni con las señales que los peces como bagres y pirañas usan para orientarse desde hace miles de años. Si la temperatura del agua aumenta –bien sea por el cambio climático o por el efecto de turbinas y generadores de las represas–, los huevos fecundados no tienen mucho chance de sobrevivir, tanto para las especies migratorias como para las que no lo son.

Lo que anticipan los investigadores es un decrecimiento en la cantidad y la diversidad de los peces de la Amazonía Andina, particularmente en las cuencas de Marañón, Ucayali, Beni, Mamoré y Madre de Dios.

Otra de las conexiones que se pierden con las represas y que afectan directamente a los peces son los sedimentos que bajan desde altas tierras andinas hacia la relativamente plana amazonía. Estos determinan la migración de los peces, porque entre más sedimento, más alimento. “Los sedimentos andinos influyen en las costumbres de los peces y por extensión, aseguran o afectan los recursos para los pescadores, la posibilidad de navegar por el río, la agricultura en las llanuras inundables –que depende de los sedimentos para la tierra fértil) y las prácticas culturales alrededor de estos oficios”, dicen los investigadores.

Según sus cálculos, las represas andinas atraparían hasta el 100% de los sedimentos, y aunque muchas estén distantes de las tierras bajas, la alteración en la cantidad de sedimentos que baja por el caudal transformaría la Amazonía.

Por eso, cuando el presidente de Brasil, Michel Temer, anunció el final de la construcción de las hidroeléctricas en la Amazonía, en enero de este año, no todos celebraron. El asunto tiene un truco: en la transición entre Andes-Amazonía se puede generar más energía gracias a la potencia del flujo natural de los ríos que descargan en el Amazonas. Por tanto, producir energía es más barato y más interesante para los inversionistas. En otras palabras, la promesa de Temer fue dejar de construir presas en la región amazónica, pero las hidroeléctricas propuestas sobre la región andina terminaría afectando a la fauna, flora y culturas amazónicas, río abajo.

 

¿Por qué no hay hidroeléctricas en la Amazonía colombiana?

Solo la cuenca del Putumayo, uno de los ocho principales sistemas fluviales del Amazonas andino está libre de hidroeléctricas. De acuerdo con la revista de investigación científica de la Universidad Javeriana, Pesquisa, “el mayor desarrollo hidro energético del país ha estado enfocado en la cuenca del Magdalena-Cauca, pero es muy probable que, como ya está colapsada, se voltee la mirada hacia sitios como el Caquetá y el Putumayo”.

Vale la pena recordar que el conflicto armado colombiano fue muy fuerte en estos dos departamentos, libres de hidroeléctricas. La navegabilidad de ríos como el Caquetá, Orteguaza, Caguán, Guayas y Yarí, sus innumerables caños y la densa manigua hicieron un perfecto escenario para la guerra. A dos años de la firma del Acuerdo de Paz, solo 1 represa está propuesta entre la conexión Andes y Amazonía. La incertidumbre por el proyecto de la Central Hidroeléctrica Tulpas, sobre el río San Pedro, que nace en la cordillera oriental y desemboca en el río Orteguaza. El proyecto estaría en etapa de diseño y tendría una capacidad instalada de 47.00 MW, lo que la clasificaría como una presa hidroeléctrica mediana.

A esto se le suman los 43 bloques petroleros propuestos en ese departamento, según la Agencia Nacional de Hidrocarburos, ANH.

Cómo proteger los ríos

Los investigadores advierten que en otros lugares del mundo los proyectos hidroeléctricos que se han quedado quietos durante muchos años pueden retomarse, como sucedió en Honduras, como cuenta el libro Silenced Rivers: The Ecology and Politics of Large Dams.

Por otro lado, en los estudios ambientales que justifican la construcción de las represas en los países amazónicos que analizaron, los efectos de las hidroeléctricas no son considerados como acumulativos, ni con otras hidroeléctricas, ni con proyectos distintos que intervengan en los ríos. Recomiendan, sobre todo, sumar los efectos de las hidroeléctricas sobre los ríos andino amazónicos con los de otras construcciones, como la Hidrovía Amazónica (un sistema fluvial de transporte, en los ríos de la Amazonía andina de Perú) o el proyecto hidroeléctrico Tulpas, en Caquetá.

Debido a que los países normalmente hacen esta evaluación del impacto ambiental y la concesión de licencias, las evaluaciones de los efectos acumulativos deben realizarse a nivel del país, como mínimo, es decir, teniendo en cuenta cómo se conectarían los efectos de varios proyectos sobre las Cuencas. El grupo de biólogos, científicos e ingenieros fue un paso más allá, y propuso una manera de hacerlo: “Se harían a través de una serie de estudios anidados, comenzando con la cuenca hidrográfica donde está la presa, y luego escalando hasta el nivel de toda la cuenca del Amazonas. Este proceso brindaría la oportunidad de considerar los efectos de una presa individual y sus efectos aditivos en la gran Amazonía”.

Ningún país de los nueve que comparten el territorio amazónico ha ratificado la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho a los Cursos de Agua Internacionales (UNWC), por lo que no hay enmiendas o protocolos específicos para hacer estudios del impacto, o garantías para la protección del agua dulce. La denuncia de los investigadores es que por mirar a los bosques nos hemos olvidado de los ríos. “Existe una falta de conciencia y mecanismos similares [al de los bosques intactos] para la protección de los ríos amazónicos que fluyen libremente”.

La conclusión es contundente: el efecto acumulado de las hidroeléctricas podría poner en peligro la capacidad de las áreas protegidas, y de los guardianes naturales de la Amazonía, los indígenas, para conservar la biodiversidad y los medios de subsistencia de fauna, flora y personas que habitan en la Cuenca del Amazonas.

 

Tomado de: Periódico El Espectador.

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