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Faltan 16 días para la Feria Internacional de Aves en Cali, ciudad considerada la meca del aviturismo en el país y región donde pueden verse 561 especies. El zootecnista Carlos Mario Wagner cuenta la historia detrás del evento.

Todo comenzó por una fotocopia. Una hoja de un artículo científico llamado “San Antonio, 80 años después”, firmado por tres investigadores colombianos. Se lo obsequiaron a Carlos Mario Wagner un día del año 2004 para que se enterara: las aves que tanto le gustaban, las que vivían a dos cuadras de su casa en el bosque de niebla de San Antonio, en Cali, se estaban extinguiendo. A él, que corrió a conseguir el resto del paper y a traducirlo del inglés, sólo le quedó la rabia después de la noticia. Una de las zonas más ricas en aves del mundo había empezado a desaparecer.

Así que se prometió buscar las que quedaran. En ese entonces, sus días se iban en tres horas de viaje desde el corregimiento El Saladito, donde siempre ha vivido, hasta Palmira. Estudiaba zootecnia en la Universidad Nacional, aunque su madre reprochara esa elección y el único tiempo que tenía libre fuera el fin de semana. Los sábados y los domingos los dedicó a observar.

 

Salía de madrugada. Empacaba en un morral sánduches, una gorra para el sol, la Guía de Aves de Colombia publicada en 1986, que pesaba tanto como una gran Biblia, sus binoculares y una libreta. No sabía casi nada sobre pájaros, pero lo anotaba todo: el color que tenían, sus cantos, la hora en que los había visto, sus comportamientos, cómo lucía el día. Por eso su familia y sus amigos no lo volvieron a ver, se la pasaba perdido. Lo tildaban de loco, de consumidor de hongos. Nadie entendía qué estaba haciendo.

Era tanto el misterio que lo empezaron a acompañar al bosque seis personas que “sin querer queriendo nos convertimos en observadores de aves”, cuenta Wagner. Después de meses todos tuvieron el interés de medírsele a un proyecto grande, un inventario actualizado de aves propuesto a la Asociación Río Cali. Un trabajo en el que registraron 212 especies, entre residentes y migratorias.

Eran tan valiosas que debían hacer algo más por salvarlas. Así que tocaron las puertas del Instituto Humboldt hace 14 años, porque ellos eran el puente hasta Bird Life, la organización internacional dedicada a la protección de las aves y de sus hábitats a nivel global. Llevaron el inventario hasta allá y solicitaron con los dedos cruzados que declararan aquel ecosistema como zona AICA, una categoría que se les da a los sitios con especies amenazadas y que significa Área de Importancia por la Conservación de las Aves. Colombia no la incluye dentro de su legislación.

Les dieron el sí y ya no hubo vuelta atrás: Carlos se metió de lleno en su pasión y en la comunidad creció “el orgullo por la conservación”, dice él. Se les veía el entusiasmo por cuidar sus hectáreas de bosque, aunque tenían un problema: necesitaban plata.

A los campesinos les parecía “chévere. ¡Qué rico conservar! Pero mis necesidades económicas cada día son más. Mis hijos están creciendo, quieren ir al colegio, quieren tener una mejor calidad de vida, y para eso yo necesito tumbar árboles para sembrar, para que quepan más vacas y tener ingresos, así sea a costa del bosque”, replicaban.

Era claro. Ningún pájaro iba a salvarse si la asociación no se ingeniaba otra alternativa económica. Así que “por mi amor casi enfermizo a las aves se me ocurrió explorar el tema de turismo de observación”, confiesa Wagner. Nadie confió en que existieran aficionados que quisieran visitar el corregimiento ubicado en el kilómetro 18, a veinte minutos de la capital caleña.

Pero la comunidad estaba equivocada: pasaron años sumados en el escepticismo. Sólo fue cuando se toparon con Samuel y sus binoculares colgados al cuello, con una cámara nunca vista por esas tierras, evidentemente europeo, fascinado por la copa de los árboles y dando más propina que el precio que realmente debía pagar.

Él fue el primer visitante que tuvo la asociación. Un sueco dueño en su país de una pequeña empresa de aviturismo que cada año traía a Suramérica dos grupos de extranjeros para observar aves. Casualmente estaba buscando opciones en Colombia, y Cali era la más indicada. Su diversidad en especies alcanza las 561, según una reciente investigación del Instituto Humboldt. La consideran la “ciudad de las aves en Colombia”.

Ese fue el empujón para arrancar. Por suerte, los guías ya estaban listos. Eran los hijos de los campesinos de El Saladito y de los otros 14 corregimientos de Cali, que siempre habían escuchado a las aves cantar. O eran cazadores convertidos en animalistas o propietarios de predios que abrieron las puertas de sus fincas y compartieron sus senderos. La idea fue tan contagiosa que unas 30 familias han transformado sus quehaceres.

 

No es para menos. Wagner estima que anualmente la región está recibiendo entre 1.000 y 1.200 extranjeros, todos con la intención de observar aves. Incluso llegan aficionados con su lista de especies pendientes por observar y luego se van satisfechos. El asunto es que las primeras en enterarse del exitoso negocio fueron las empresas de turismo de afuera. Saben que basta una semana en Cali para cumplir los sueños frustrados de los observadores europeos y asiáticos.

La demanda es tal que hace dos años la Sociedad Nacional Audubon, que reúne a los mayores observadores de aves de Estados Unidos, les preguntó a sus socios cuánto estaban dispuestos a pagar por un tour en Colombia. La respuesta fueron US$350 diarios, es decir, en pesos colombianos, un poco más de $950.000.

Con eso, narra Wagner, se está llenando el 40 o 45 % de los bolsillos de la gente que habita las zonas rurales de Cali. Y no es tan descabellado, de hecho, para el biólogo experto en conservación Stuart Pimm. “Cuando Colombia despierte, la geografía del turismo de naturaleza de América Latina cambiará drásticamente”, dice.

Tampoco ha sido descabellado para la Asociación Río Cali. Este año, del 16 al 18 de febrero, sus miembros se quitarán los binoculares, las botas de trocha y el sombrero de explorador. Están organizando por cuarto año la Feria Internacional de Aves Colombia en la ciudad, también llamada Colombia Bird Fair, y su director es Carlos Wagner. Gracias a ellos, los pájaros se toman la Sucursal del Cielo, convirtiéndola una vez más en la meca del aviturismo en el país.

 

Tomado de: Periódico El Espectador.

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