Como cada año, desde 1975, se celebra el Día Mundial de la Educación Ambiental, una jornada que sirve, entre otras cosas, para reivindicar la necesidad de cambiar el mundo para enfrentar la crisis ecosocial más intensa de la historia del planeta. Hoy es impensable una cambio social y ambiental de la dimensión y la velocidad que precisamos sin la intervención de la educación ambiental.

El Libro Blanco de la Educación Ambiental en España la define como “una corriente internacional de pensamiento y acción. Su meta es procurar cambios individuales y sociales que provoquen la mejora ambiental y un desarrollo sostenible.” Si bien es cierto que hoy día esta definición necesita una revisión y actualización (para la que propondría cambiar el término desarrollo sostenible por los Objetivos 2030 (ODS) ) definidos como el nuevo contrato social global.

El libro blanco establece unos objetivos que siguen tan vigentes como en 1999, año de su publicación, y de ellos quisiera destacar dos que me parecen fundamentales en estos momentos: Apoyar el desarrollo de una ética que promueva la protección del medio ambiente desde una perspectiva de equidad y solidaridad, y yo añadiría necesariamente feminista y animalista, y ser un instrumento que favorezca modelos de conducta sostenibles en todos los ámbitos de la vida.

Pero no estamos en 1975, ni siquiera es el siglo XX, estamos en 2019 y la crisis sistémica planetaria evidencia que la educación ambiental se enfrenta a un enemigo muy poderoso y a pesar de los muchos cambios en los que la Educación Ambiental ha tenido un papel importante, hace falta mucho más, y cada vez queda menos tiempo.

Quiero reivindicar que la sensibilización, comunicación, participación y educación ambientalhan contribuido a que los temas ambientales estén en las agendas políticas nacionales e internacionales y a incrementar el nivel de sensibilización ambiental y de conciencia de la población sobre la necesidad de actuar para resolver los problemas ambientales y sociales del planeta.

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