El ajolote (Ambystoma mexicanum), del náhuatl āxōlōtl ("animal de piel lisa de agua") es una especie de anfibio caudado de la familia Ambystomatidae. Es endémico del sistema lacustre del valle de México. / Wikipedia

En 1998 existían 6.000 individuos por km cuadrado. Ese número se ha reducido a menos de 35. La más famosa de las salamandras ha sido de gran ayuda en investigación sobre medicina regenerativa.

“Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del Jardín des Plantes y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl”.

Julio Cortazar les dedicó un cuento. A los axolotl. Un icono de México y quizás la salamandra más famosa del planeta. Su nombre científico es menos atractivo: Ambystoma mexicanum. Y también menos coherente con el aspecto de estos seres que nunca abandonaron el agua y se quedaron por siglos habitando los canales del lago Texcoco. Su nombre lengua náhuatl les hacía más justicia. Axolotl significaba animal de piel lisa.

Erik Vance, en la revista Nature, publicó un reportaje esta semana dando cuenta del grave peligro que acecha a los axolotl. En 1998, cuando se realizó el censo más robusto de axolotl se estableció que existían unos 6.000 por kilómetro cuadrado en Xochimilco, el último reducto de la laguna que existió donde hoy se erige una ciudad de más de 20 millones de habitantes. Dos años más tarde, ese número había caído a 1.000. En 2008 otro conteo reportó tan sólo 100 axolotl por kilómetro cuadrado. Hoy, víctimas de la expansión urbana, la polución y depredadores, es estima que ese número apenas llega a 35. La mayoría confinados a los canales de Xochimilco.

Richard Griffiths, un ecólogo de la Universidad de Kent en Reino Unido, le explicó a Vance que los axolotl representan una “paradoja de conservación”, porque mientras desaparecen de su ambiente natural, son posiblemente uno de los animales más ampliamente distribuidos por el mundo en laboratorios y tiendas de mascotas.

Los axolotl le ha prestado un gran servicio a la ciencia, y por ende a los humanos, pero no han recibido una gran muestra de gratitud de nuestra parte. Gracias a sus cortos periodos reproductivos, su capacidad de resistencia y fácil manejo, se convirtieron en un gran modelo animal de experimentación.

A principios del siglo XX, como lo reseñó Vance, los axolotl resultaron muy adecuados para entender la embriología de los vertebrados. Incluso permitieron entender mejor el desarrollo de una enfermedad conocida como espina bífida. También fueron usados para el descubrimiento de hormonas tiroideas.

Un poco más tarde, hacia la década de 1980, permitieron entender como las células embrionarias se van trasformando en otras células especializadas. Recientemente, muestras tomadas de los axolotl han servido para estudiar mecanismos para detener el cáncer de mama.

“Pero quizás la contribución más fascinante del axolotl a la ciencia ha sido la medicina regenerativa. Los animales pueden volver a crecer perdiendo extremidades, colas, órganos, partes del ojo e incluso partes del cerebro. Muchos científicos han supuesto que esto se debe a que, al ser neoténicos, retienen algún rasgo de sus etapas embrionarias, aunque otras salamandras parecen regenerarse incluso en la edad adulta”, anotó Vance.

Investigadores mexicanos como el biólogo Luis Zambrano están empeñados en salvar a los axolotl. Ya han puesto en marcha un plan de repoblamiento. En un pequeño lago protegido, cerca de la Universidad Autónoma de México, liberaron 10 axolotl con la esperanza de que se reproduzcan y constituyan la base genética para expandir el proyecto a otras áreas.

Entre tanto, las palabras de Cortázar sobre los axolotl adquieren otra dimensión: “Su mirada ciega, el diminuto disco de oro inexpresivo y sin embargo terriblemente lúcido, me penetraba como un mensaje: «Sálvanos, sálvanos». Me sorprendía musitando palabras de consuelo, transmitiendo pueriles esperanzas. Ellos seguían mirándome inmóviles; de pronto las ramillas rosadas de las branquias se enderezaban. En ese instante yo sentía como un dolor sordo; tal vez me veían, captaban mi esfuerzo por penetrar en lo impenetrable de sus vidas. No eran seres humanos, pero en ningún animal había encontrado una relación tan profunda conmigo. Los axolotl eran como testigos de algo, y a veces como horribles jueces”.

Tomado de: Periódico El Espectador

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