Sialia mexicana, una de las aves estudiadas. Waller County Park, Santa Maria, California (2008) / Jaime Chávez / Naturalista.com

Las aves que viven cerca de grandes autopistas o de extracciones de petróleo y gas presentan signos de nerviosismo similares al estrés postraumático en humanos.

Las aves expuestas a un ruido constante, como el que emiten operaciones de extracción de petróleo y gas muestran signos de estrés crónico parecidos a los que los humanos sufren después de un trauma, según un estudio de la Universidad de Colorado, el Politécnico de California y el Museo Natural de Historia de Florida.

“El estrés puede afectar significativamente tanto a las hormonas de las aves como a su estado físico”, señala el autor principal, Nathan Kleist, de la Universidad de Colorado en Boulder (Estados Unidos) al diario ABC de España.

Los investigadores y ornitólogos siguieron a tres especies de aves que anidan cerca de las explotaciones de petróleo y gas de la Oficina de Administración de Tierras, en Nuevo México, Estados Unidos: el azulejo de garganta azul, el azulejo de las montañas, y los papamoscas cenizos. Pusieron 240 cajas de nidos a distintas distancias del ruido y  tomaron muestras de sangre de las aves hembras durantes tres temporadas de cría, midieron el tamaño y éxito de eclosión de los huevos, el tamaño de los animales, la longitud de las plumas, la distancia de sus vuelos.

Según lo que observaron, las aves que anidaban en áreas más ruidosas, es decir, más cercanas a las explotaciones de petróleo, tenían niveles más altos de una hormona clave del estrés llamada corticosterona. El cortisol y la corticosterona aumentan sus niveles en respuesta al estrés en humanos, ratones y ratas y otros animales. Un estudio, por ejemplo, reveló que los niveles de esta hormona aumentaron en las iguanas de los Galápagos cuando el fenómeno de El Niño las dejó en hambruna.

“Si los niveles de la hormona del estrés son altos o bajos, cualquier tipo de desregulación puede ser malo para una especie”, señala Clinton Francis, profesor de ciencias biológicas del Politécnico de California, a ABC. “En este estudio, pudimos demostrar que la desregulación debida al ruido tiene consecuencias reproductivas”.

Los polluelos y madres de áreas más silenciosas están expuestos a más depredadores, por lo que tienen menos tiempo para buscar alimento a las crías. Pero no por eso son de mayor tamaño, al contrario, son más pequeños y con plumas más cortas. Comparativamente, los de áreas ruidosas son algo más grandes, lo que no significa que sea una característica positiva, sino que indica (tal como en los humanos) un aumento en los corticoides que regulan el metabolismo: en las áreas más ruidosas, las llamadas de otras aves que alertan sobre la presencia de depredadores se confunde con el ruido de la maquinaria, y estresa a madres y polluelos. “Si trataras de hablar con tus amigos y tus hijos en medio de una fiesta ruidosa, te desgastarías”, señaló Kleist a Eurekalert. El dilema de las madres entre hacer guardia en el nido para guardar a sus crías de posibles depredadores o salir a buscar comida es una de las fuentes de estrés, según la investigación publicada en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences.

En cuanto a los polluelos, el estudio revela que los que viven en un área ruidosa producen más hormonas de estrés que aquellos que crecen en nidos tranquilos. Otro de los efectos negativos de la contaminación auditiva sobre los huevos es que no eclosionan (es decir, no se abren) y que cada vez son menos.

De acuerdo con Clinton Francis, profesor de ciencias biológicas del Politécnico de California y co-autor de la investigación, otros estudios han demostrado que algunas especies de aves abandonan las áreas ruidosas, pero este muestra qué pasa con las que se quedan. Para el azulejo de garganta azul (que se sospechaba era resistente al ruido), las tasas de incubación reducidas son preocupantes. “Este es un ejemplo de una ‘trampa ecológica’: cuando un organismo desarrolla una preferencia por algo que en realidad es malo para él”, dice el ornitólogo.

Según ABC, un estudio reciente encontró que el ruido antropogénico ya duplicó los niveles de sonido de fondo en el 63% de las áreas protegidas evaluadas. “Está comenzando a haber más evidencia de que la contaminación acústica debería incluirse, además de todos los demás factores de degradación del hábitat, cuando se elaboran planes para proteger las áreas silvestres”, señala Kleist. “Nuestro estudio agrega peso a ese argumento”.

Tomado de: Periódico El Espectador

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