Por: Jorge Eduardo Cock
Los daños y peligros de la explotación de petróleo son infinitos si se compran con lo de la minería.

Es muy confuso el tratamiento de estos temas y una buena discusión puede mejorar su comprensión y manejo. La confusión se da en muchos niveles y fuentes de opinión. Comienza por calificar de falsos los que son clarísimos dilemas, como el evidente entre medioambiente y minería (no siempre, pero sí casi siempre), y avanza hasta mezclar en un mismo saco los daños y los peligros de la minería con los de la exploración y la explotación de hidrocarburos. Y alguien, recientemente, puso en el sancocho hasta los problemas de Venezuela.
Primero, lo último. Una cosa es hablar de minas y otra, de gas o petróleo. Los hidrocarburos son elementos que el país requiere sin falta; si llegamos a no tenerlos, deberemos importarlos con elevadísimos costos. En cambio, muchos productos de la minería son fáciles de conseguir o llegan hasta producir daños económicos, como el oro, que para nada necesitamos. Y la abundancia de divisas que genera su minería hace que resulte más barato comprar bienes importados que nacionales y que exportar se haga imposible, porque las divisas por recibir toman valor muy bajo en pesos y no pagan los costos.

Los daños y los peligros de la exploración y la explotación de petróleo y gas son ínfimos si se comparan con los de la minería. Sin entrar en detalles de los procesos, basta con pensar que los daños que produce la sísmica para exploración petrolera son ínfimos, mientras que la geofísica para minería es bien destructiva y la explotación de hidrocarburos se realiza con tubos muy delgados y a grandes profundidades. Cierto que a su transporte hay que ponerle especial cuidado y vigilancia, pero no es contaminante ‘per se’. No hay entonces razón para darles a estos el mismo tratamiento de exclusión que a la gran minería de metales.

Pasando a la minería, separemos también. Minas de mediana o pequeña escala tenemos en el país cantidades de ejemplos excelentes, cuidadosos, generadores de empleo y valor económico. Pero hay que combatir la ilegal y la dañina. Y, como un hecho aceptado sin discusión, no se debe permitir exploración o explotación minera o petrolera en sitios donde pueda haber riesgo grande de contaminación de agua.
Sin embargo, el problema es que la exploración no requiere permiso especial. El solo título minero da el derecho a realizarla, y de esos títulos estamos llenos. Durante la fiebre del presidente Uribe se entregaron cientos de miles de hectáreas, sin criterio ni restricción alguna, en tierras que por muchas razones no deben ser destinadas a la minería, y sobre las cuales sus titulares creen tener algún derecho porque les ofrecieron y los invitaron. Por eso, especialmente por sus aguas, es que las comunidades se oponen. Y generalizan la oposición, aunque, en el fondo, a lo que le temen es a la de metales y a gran escala, que en poquísimos y excepcionales casos se puede desarrollar sin causar muy graves e irreparables daños al medioambiente. ¿Que las técnicas son modernas y que se hacen en muchos países? No es tan cierto. En riscos, tierras secas y desérticas, sin potencial agrícola, como son las de los Andes de Argentina, Chile, Bolivia, Perú, se puede hacer minería sin causar tantos daños al medioambiente. En el trópico, no.

Bien sea a cielo abierto, destruyendo todo hasta la capa vegetal, o por túneles y socavones, se requieren las represas de colas o relaves para almacenar los lodos de proceso tratados con químicos peligrosos. Casi imposible no contaminar las aguas superficiales y subterráneas y no dañar sus cauces. Se sustituyen cultivos, bosques y potreros por apilamientos de material estéril. Las explosiones y las maquinarias generan grandes ruidos, gases tóxicos y polvo. Los suelos se resecan y se hunden, flora y fauna desaparecen; todos los anteriores fenómenos inducen y aceleran el calentamiento global y los seres humanos son expulsados, desplazados de su hábitat.

Tomado de: Periódico El Tiempo.

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