Cogua es un pequeño municipio que colinda con Zipaquirá. Allí se desarrollan algunas actividades económicas como la ganadería, la agricultura y la industria ladrillera. Tan frío como las demás poblaciones del altiplano Cundiboyacense, pero también se encuentran lugares tan calientes como para fundir minerales, estos son los hornos de las ladrilleras que sostienen parte de la economía de la región.

Al tener un gran impacto ambiental y económico, las empresas que se encargan de extraer materiales y quemas en hornos para la formación de ladrillos, se vieron en el compromiso de generar impactos sociales y ambientales positivos.

Gracias a la labor de Gigliola Mayorga y su esposo Alejandro Medina, que desde el 2015 trabajan como promotores y supervisores de proyectos sociales, y quienes se dieron a la tarea de reunir en principio seis ladrilleras que estaban interesadas en comprar los servicios de responsabilidad social, como resultado surgió la Fundación Ladrilleros de Cogua.

El proyecto dio sus frutos en la vereda El Olivo, donde se encontraba una escuela con tan solo 20 estudiantes y una profesora para dictar todas las clases. Fue ahí donde la fundación y las empresas comenzaron su labor social, pues la escuela fue remodelada y gracias a las alianzas gubernamentales y no gubernamentales ahora son 3 escuelas, que cuentan con 5 profesores y más de 100 estudiantes. También tienen programas de atención a la primera infancia y lazos con la comunidad para hacer eventos y participación ciudadana activa.

La fundación ahora tiene convenios con la CAR, la Alcaldía de Cogua, la Gobernación de Cundinamarca, la Corporación Universitaria Minuto de Dios y la Policía Nacional, entre otras entidades. Cada una de estas alianzas permite un acompañamiento activo en la formación de los niños. Por ejemplo, la universidad Minuto de Dios permite hacer prácticas profesionales en los colegios que tiene a cargo Ladrilleros de Cogua.

Entre otras cosas, la fundación también ofrece servicios relacionados con la recuperación del medio ambiente, mejoramiento de infraestructura, responsabilidad empresarial, educación, protección de mascotas, entre otros.

Con la Alcaldía de Cogua, desde el 2016 la fundación propuso jornadas de reforestación que dieron como resultado una reserva forestal de 900 hectáreas dentro del páramo de Guerrero, que se dividen en bosque nativo, pastos y quebradas unidas con el embalse del Neusa. Con los permisos de la CAR se hizo una cerca de 500 metros para proteger parte de estos terrenos.

Además, con la compañía de la Umata, voluntarios, estudiantes y empleados públicos, tanto del municipio como foráneos, se encargaron de sembrar los árboles, hasta ahora van más de 500. También, en los terrenos de las ladrilleras se hacen cultivos de verduras y hortalizas para que los mismos empleados puedan llevar a sus hogares.

La fundación comenzó a ser más independiente al aprovechar recursos que las mismas ladrilleras desechaban. Los machotes o retazos de material que dan las ladrilleras son reutilizados y ahora hacen parte de la financiación de la fundación. En algunos casos, las casas de los habitantes de la región han sido construidas por donaciones de las mismas ladrilleras y la comunidad para la remodelación o construcción de las mismas.

Una de las premisas de la fundación es que la minería que se hace de forma responsable puede ser sostenible económica, social y ambientalmente. Así como de la naturaleza se pueden extraer recursos, también se pueden sembrar de diferentes formas. La reforestación, los cultivos orgánicos, el buen uso del agua, entre otros, son formas de acción básicas que la fundación enseña y propaga.

En cada clase, en cada siembra de árboles, en cada cultivo, están los futuros que la fundación se ha encargado de construir. Cuando los niños sean adultos y los árboles ofrezcan sombra para los animales se reconocerá la importancia de este tipo de fundaciones.

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